Calidad de espacio interior y su impacto en la salud

Calidad del espacio interior: 7 parámetros clave para diseñar con salud

July 10, 202510 min read

¿Te has preguntado alguna vez cuánto influye el espacio donde vives en tu salud?

Imagina pasar el 90% de tu tiempo diario dentro de edificios que podrían estar afectando tu sistema respiratorio, tu estado de ánimo y hasta tu calidad de sueño... sin que te des cuenta.

Eso es lo que vivimos hoy. Y como arquitecta, confieso que durante años me enfoqué más en la forma y la función que en lo que verdaderamente importa: cómo esos espacios afectan la vida de quienes los habitan.

Redescubriendo el sentido del diseño

La arquitectura nació para acompañar al ser humano. Desde las cuevas hasta los hogares modernos, debería reflejar cómo vivimos, qué necesitamos y qué nos hace bien. Pero con el tiempo, entre tendencias, normativas y tecnología, dejamos de escuchar al cuerpo. Dejamos de diseñar pensando en la salud.

Y la ciencia nos lo está recordando.

Estudios de neuroarquitectura, como los citados por Ana Mombiedro y Marta Delgado, revelan que el entorno influye directamente en nuestras emociones y reacciones fisiológicas. Espacios con curvas activan áreas cerebrales vinculadas al placer. Materiales como la madera reducen la actividad del sistema nervioso. Techos altos nos invitan a quedarnos. Todo esto pasa, aunque no lo notemos conscientemente.

El texto anterior forma parte del resumen que elaboré del libro Neuroarquitectura: Aprendiendo a través del Espacio de Ana Mombiedro. Si te interesa profundizar en su trabajo, te invito a ver esta maravillosa entrevista que tuve con Ana, donde compartió valiosa información sobre neuroarquitectura y el impacto del entorno en nuestro cerebro.

La calidad del espacio interior es salud

En mis investigaciones y proyectos, he identificado siete elementos que determinan la calidad de un espacio interior saludable. No son conceptos nuevos, pero pocas veces se consideran todos de forma integral.

1. Calidad del aire

Respiramos unos 15.000 litros de aire al día. Y sin embargo, 8 de cada 10 personas no saben que el aire interior puede estar hasta cinco veces más contaminado que el exterior.

Esa contaminación viene de materiales, muebles, productos de limpieza, mala ventilación... y sus consecuencias van desde irritaciones leves hasta enfermedades respiratorias crónicas. Diseñar para una buena calidad del aire no es un lujo. Es una necesidad vital.

El "síndrome del edificio enfermo" es un fenómeno cada vez más estudiado y reconocido: espacios cerrados que generan malestar físico o mental sin una causa médica aparente. Y muchas veces, el origen está en una ventilación deficiente, materiales tóxicos o acumulación de CO₂.

Hoy sabemos que una familia de cuatro personas puede liberar cerca de 1.800 litros de CO₂ y 10 litros de agua al día solo por respirar. Sumemos los compuestos orgánicos volátiles (COVs) que liberan los plásticos, pinturas, adhesivos o muebles nuevos, y tenemos una mezcla que respiramos a diario sin percibirla.

Por eso, es clave incorporar sistemas de ventilación natural cruzada, monitorear el CO₂ y priorizar materiales de baja emisividad. Un diseño saludable comienza por permitirnos respirar mejor.

Si te interesa profundizar el tema de calidad del aire, tengo un resumen del libro de Elisabet Silvestre que te encantará y que se centra en este tema.

2. Calidad del agua

El agua no solo hidrata. También limpia, regula, conecta. Es esencial para cocinar, lavarse, ducharse, e incluso para mantener un ambiente interior sano si se utiliza en sistemas de climatización.

Sin embargo, muchas veces damos por sentada su calidad. El agua que llega a nuestros grifos puede contener contaminantes como metales pesados (plomo, mercurio), bacterias, nitratos, residuos de pesticidas o microplásticos. Incluso sistemas de plomería antiguos pueden liberar sustancias tóxicas con el paso del tiempo.

El contacto constante con agua contaminada está relacionado con problemas gastrointestinales, daños neurológicos, alteraciones hormonales y dificultades reproductivas. Y lo más preocupante es que muchas de estas sustancias no tienen olor, color ni sabor.

Como profesionales del diseño, debemos considerar sistemas de filtrado adecuados según el contexto, especialmente en cocinas, duchas y puntos de consumo directo. Además, evaluar la calidad del agua disponible localmente y prever un diseño que facilite su monitoreo y mantenimiento es parte de una arquitectura consciente.

Una solución completa podría incluir filtros centrales o por puntos de uso, materiales libres de contaminantes en tuberías, y diseños que fomenten el ahorro del recurso sin comprometer la higiene ni el bienestar. El agua de calidad no es solo un tema de salud, sino también de equidad y dignidad.

3. Calidad de la luz

La luz regula nuestros ritmos biológicos, afecta nuestras hormonas, y moldea nuestro estado de ánimo. Sin una luz adecuada, nuestros cuerpos pierden la referencia del día y la noche. Por eso, el diseño de la iluminación es mucho más que una cuestión estética: es una herramienta poderosa para cuidar la salud.

El acceso a luz natural debe ser una prioridad. Una buena orientación, ventanas generosas y estrategias pasivas de captación permiten que la luz entre profundamente en los espacios. Además, la luz natural está asociada a una mayor productividad, mejor estado de ánimo y mejor calidad del sueño.

Pero cuando la luz natural no es suficiente, la iluminación artificial debe acompañar sin distorsionar. Elegir temperaturas de color adecuadas, evitar luminarias con parpadeo (flickering) y asegurar niveles de iluminancia según el tipo de actividad son claves. No es lo mismo diseñar para una cocina, una sala de lectura o un dormitorio.

Un buen diseño también contempla el control del deslumbramiento y la posibilidad de que cada usuario ajuste la luz según su necesidad y momento del día. Incorporar sensores, cortinas automatizadas o sistemas de control personalizados puede marcar una gran diferencia.

Y no olvidemos lo emocional: la vista al exterior, el juego de sombras, los reflejos naturales... todo eso también es luz. Y también es bienestar.

4. Confort integral

El confort va mucho más allá de mantener una temperatura agradable. Es una sensación global que abarca lo térmico, lo visual, lo olfativo y lo emocional. Es sentirse en equilibrio con el entorno, sin tensión, sin distracciones innecesarias, con el cuerpo relajado y la mente tranquila.

En el diseño arquitectónico, esto implica atender a distintos factores. Por ejemplo, el confort térmico no solo depende del sistema de climatización, sino también de la inercia térmica del edificio, de la orientación solar, del tipo de materiales y de la posibilidad de control individual de la temperatura. Un mismo espacio puede sentirse agradable o sofocante, según quién lo habite.

El confort visual se relaciona con la iluminación, pero también con los colores, la distribución del mobiliario, las vistas al exterior y el orden espacial. Un ambiente recargado o mal iluminado puede generar fatiga visual o incomodidad, aunque técnicamente cumpla con los estándares.

Y no olvidemos el confort olfativo: ventilación adecuada, materiales sin emisiones tóxicas, sistemas de extracción eficientes... todo influye en el olor del ambiente, y por ende, en la percepción de limpieza, salud y bienestar.

Por último, está el confort emocional: esa sensación subjetiva de estar en un lugar donde te sientes seguro, tranquilo, bienvenido. Espacios que abrazan, que invitan, que nos hacen querer quedarnos.

Diseñar con todos estos aspectos en mente no es sencillo, pero es una forma de respeto profundo hacia las personas. Y también hacia la arquitectura como disciplina que puede mejorar vidas.

5. Movimiento

Pasamos más de 8 horas al día sentados, muchas veces sin darnos cuenta. El sedentarismo es uno de los principales factores de riesgo para enfermedades como la diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, obesidad, ciertos tipos de cáncer y trastornos mentales como la depresión o la ansiedad.

Aunque podría parecer que el diseño arquitectónico poco tiene que ver con esto, la realidad es que los espacios que habitamos pueden influir (y mucho) en nuestros hábitos de movimiento. Un edificio que promueve la circulación activa, que facilita el uso de escaleras, que estimula cambios de postura o que simplemente invita a moverse, puede marcar una gran diferencia en la salud a largo plazo.

Incluir zonas de paso amplias, mobiliario que permita trabajar de pie, rincones que fomenten la pausa activa o incluso integrar elementos lúdicos como barras, pelotas o colchonetas en espacios domésticos o laborales, son estrategias sencillas pero potentes.

También debemos pensar en la ergonomía: cada actividad requiere un espacio adaptado a las dimensiones y capacidades del usuario. Y considerar la etapa de la vida: no es lo mismo diseñar para niños, adultos jóvenes o personas mayores. La movilidad cambia, y la arquitectura debe acompañar esos cambios.

Finalmente, el movimiento está vinculado al bienestar emocional. Cambiar de lugar, estirarse, caminar unos pasos... todo eso ayuda a reducir el estrés, mejora la circulación y estimula la creatividad. Diseñar para el movimiento es diseñar para la vida.

6. Biofilia y reducción del estrés

El término biofilia hace referencia a nuestra necesidad innata de conectarnos con la naturaleza. No es una moda: es una necesidad fisiológica y psicológica. Diversos estudios han demostrado que los entornos naturales o inspirados en la naturaleza reducen los niveles de cortisol (la hormona del estrés), disminuyen la frecuencia cardiaca y mejoran la concentración y el estado de ánimo.

Incorporar la biofilia en el diseño arquitectónico va más allá de colocar unas cuantas plantas en la esquina. Es pensar en vistas al exterior, en materiales naturales como la madera o la piedra, en texturas orgánicas, en el uso de luz natural que varíe con el paso del día, en el sonido del agua o del viento, en la presencia de elementos que nos recuerden a un entorno vivo.

El diseño biofílico también implica abrir espacios al exterior, crear patios interiores, permitir ventilación cruzada, introducir jardines verticales o techos verdes cuando sea posible. No solo mejora el bienestar individual, sino que también aporta beneficios ecológicos y estéticos.

Incluso en contextos urbanos o interiores sin acceso directo a la naturaleza, podemos aplicar estrategias inspiradas en ella: colores que remitan a paisajes naturales, formas curvas, imágenes de entornos naturales o juegos de luz y sombra que simulen los de un bosque.

Reducir el estrés desde el diseño no es un lujo. Es una necesidad para una vida más equilibrada. En un mundo que nos sobrecarga de estímulos artificiales, la naturaleza (o su evocación) se convierte en medicina.

7. Seguridad

La seguridad es un aspecto fundamental y, sin embargo, suele quedar relegado a la normativa o a cuestiones puramente funcionales. Pero si de verdad queremos diseñar espacios que cuiden a las personas, debemos mirar la seguridad desde una perspectiva más amplia y humana.

La seguridad física incluye la prevención de caídas, golpes, quemaduras y accidentes domésticos. Algo tan sencillo como elegir baldosas con un coeficiente de fricción adecuado en zonas húmedas puede evitar lesiones graves. La iluminación correcta en pasillos y escaleras, la altura y ubicación de interruptores, el diseño de cocinas seguras... son decisiones que impactan directamente en el bienestar diario, especialmente en niños, personas mayores o con movilidad reducida.

Pero la seguridad también es psicológica: sentirnos tranquilos, protegidos, sin exposición innecesaria. Espacios con ventanas que permiten ver sin ser vistos, transiciones suaves entre lo público y lo privado, diseños que respetan la intimidad y la diversidad de uso.

También debemos considerar la seguridad sensorial: evitar sobresaturación de estímulos, reducir ruidos molestos, usar materiales que no generen reflejos o sombras confusas. Una persona con hipersensibilidad o alguna condición neurológica puede experimentar ansiedad en un espacio que, para otros, parece neutral.

Finalmente, está la seguridad emocional: ese vínculo intangible que generamos con los lugares donde nos sentimos en casa. Y eso también se puede diseñar.

Lo que aprendí y lo que me gustaría que pensáramos juntos.

Aprendí que diseñar bien no es solo crear espacios bonitos ni cumplir normativas. Es cuidar a las personas. Es pensar en su salud física y emocional. Es volver al centro: el ser humano.

Y eso no se logra con una receta. Se logra con conciencia, con escucha, con interés genuino por mejorar la vida cotidiana de quienes usan esos espacios.

Tal vez sea momento de mirar nuestros proyectos con otros ojos. De preguntarnos: ¿Cómo se sentirá alguien aquí dentro de cinco años?, ¿Este espacio invita a respirar, a moverse, a descansar? ¿Estamos diseñando para la vida, o solo para la vista?

Si llegaste hasta aquí, gracias por leerme. Me encantó compartir este tema contigo. Y si algo de esto resonó contigo, me encantaría saberlo.

Un abrazo,

Adaliz Sayago

Adaliz Sayago

Soy arquitecta y gestora ambiental, lo que me llevó de forma natural a especializarme en sostenibilidad en la construcción, aprovechando la estrecha relación entre ambas disciplinas. Estoy segura de que aprenderás mucho conmigo.

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