
Materiales descarbonizados: Bambú
¿Y si el material del futuro fuera… un pasto?
Cuando pensamos en descarbonizar la arquitectura, lo primero que nos viene a la cabeza es la madera. Pero hay un material que puede capturar hasta cuatro veces más CO₂, regenerar ecosistemas degradados, crecer 30 veces más rápido que un árbol… y que, además, tiene potencial estructural.
Ese material es el bambú.
Hace poco, entrevisté a José Eduardo Torres Rojas , fundador de Evidally GBS- Bambutectura , con quien conversamos sobre las oportunidades y desafíos de construir con bambú. En este artículo, retomo algunas de sus respuestas, pero sobre todo, las conecto con una mirada más amplia que vengo desarrollando desde mi propia práctica profesional. Porque creo que ha llegado el momento de mirar al bambú con otros ojos.
Bambú y sostenibilidad
“Bambú y sostenibilidad van de la mano”, me dijo José Eduardo durante nuestra conversación. Y tenía razón.
Hablar de sostenibilidad en construcción no se trata solo de reducir emisiones o elegir materiales “naturales”. Se trata de repensar los ciclos de vida, la relación con el territorio, la regeneración de los ecosistemas y el equilibrio entre rendimiento y bajo impacto. Y en todos esos aspectos, el bambú tiene mucho que enseñarnos.
Desde su biología, el bambú es una especie extraordinaria. Pertenece a la familia de las gramíneas leñosas, lo que significa que, aunque no es un árbol, funciona como un recurso forestal renovable. Su sistema radicular rizomático le permite rebrotar sin necesidad de replantar: después de la cosecha, el mismo rizoma sigue generando nuevos culmos durante décadas. Esto implica una regeneración constante sin deforestación y sin degradación del suelo.
A diferencia de la madera, que puede requerir entre 15 y 50 años para alcanzar su madurez estructural, algunas especies de bambú como la Guadua angustifolia o la Phyllostachys edulis se pueden cosechar entre los 3 y 5 años, alcanzando resistencias mecánicas comparables o incluso superiores a las de muchas maderas duras. Ese ciclo corto lo convierte en uno de los recursos naturales más eficientes en términos de captura y almacenamiento de carbono.
De hecho, se estima que el bambú puede capturar entre 150 y 200 toneladas de CO₂ por hectárea en su ciclo vital, hasta cuatro veces más que un bosque de árboles jóvenes. Pero su contribución va mucho más allá del carbono:
Protege el suelo de la erosión y mejora su fertilidad.
Regula el ciclo hídrico, gracias a su capacidad de retener humedad y controlar escorrentías.
Favorece la biodiversidad, al ofrecer refugio y sombra en ecosistemas tropicales y subtropicales.
Contribuye a la restauración ambiental, incluso en suelos degradados o pendientes donde otras especies no prosperarían.
Esa dimensión ecológica se complementa con su baja huella de producción. Según los estudios más recientes, el bambú ingenierizado (bamboo scrimber) tiene una huella de carbono de apenas 3,11 kg CO₂-eq/m² en cradle-to-gate, lo que lo coloca por debajo de materiales convencionales como el hormigón o el acero, y en línea con la madera laminada. Además, puede producirse con bajo consumo energético y mínimas emisiones de residuos sólidos.
Pero el impacto sostenible del bambú no se limita al ambiente. También tiene una dimensión social poderosa:
Se cultiva en más de 30 millones de hectáreas en regiones tropicales y subtropicales, muchas de ellas en comunidades rurales donde genera empleo local y economía circular.
Permite transformación artesanal e industrial sin grandes infraestructuras, lo que democratiza su producción.
Y su cultivo, al ser perenne, mejora la seguridad alimentaria y económica de las familias que lo gestionan.
Como material, el bambú encarna la idea de sostenibilidad integral: ambiental, económica y social. Un recurso que crece rápido, regenera su entorno, capta carbono, da trabajo digno y, al mismo tiempo, ofrece un rendimiento estructural extraordinario.
Por eso, cuando José Eduardo afirma que “el bambú es oro puro para la construcción sostenible”, no lo dice como una metáfora poética. Lo dice desde la evidencia científica y la experiencia práctica: el bambú no solo reduce el impacto ambiental de la construcción, sino que también ayuda activamente a restaurar los ecosistemas que hemos dañado.
En pocas palabras: el bambú no se limita a ser sostenible. Es un material regenerativo.
¿Por qué no lo usamos más?
Una de las preguntas que le hice a José Eduardo fue: “¿Qué crees que impide la adopción masiva del bambú en arquitectura?”
Su respuesta fue clara: el conocimiento.
Y no se refiere solo a la falta de formación técnica, sino a una ausencia de cultura material en torno al bambú. A diferencia de la madera, el hormigón o el acero, el bambú no forma parte del repertorio constructivo convencional en la mayoría de los planes de estudio, normativas locales ni catálogos de proveedores.
Esto genera una especie de “vacío de legitimidad”:
Muchos proyectistas no saben que existen normas internacionales como la ISO 22157:2019 (ensayos físicos y mecánicos) o la ISO 22156:2021 (diseño estructural) que habilitan su uso profesional.
Tampoco es habitual encontrar formación específica en universidades, ni ofertas de materiales en almacenes convencionales.
A esto se suma una percepción social que lo asocia con lo artesanal, lo efímero o lo informal, incluso cuando los datos técnicos cuentan otra historia.
Es decir, no se usa más porque no está presente en la conversación técnica dominante. Porque no lo enseñamos, no lo normalizamos, no lo visibilizamos lo suficiente. Y eso solo se resuelve con más formación, más difusión y más ejemplos construidos que demuestren su viabilidad.
¿Es realmente durable? (Y qué errores lo impiden)
Otra de las preguntas que surgió en la entrevista fue: ¿Una casa de bambú puede durar tanto como una convencional?
La respuesta, como señala José Eduardo, es clara: sí, si se hace bien.
La durabilidad del bambú no depende solo del material en sí, sino del conjunto de decisiones que tomamos desde la cosecha hasta el diseño constructivo. Bien seleccionado, tratado, protegido y mantenido, el bambú puede alcanzar una vida útil de 80 a 100 años o más. Y con la ventaja de que, al final de su ciclo, puede deconstruirse y reutilizarse.
Pero para llegar a ese resultado, hay que evitar una serie de errores frecuentes que comprometen su desempeño a largo plazo. Errores que, en muchos casos, parten de una suposición equivocada: pensar que el bambú se comporta igual que la madera.
Este es uno de los fallos más comunes entre profesionales que, aunque bien intencionados, aplican al bambú soluciones que no respetan su naturaleza material. Algunos de los errores más críticos son:
Diseñar uniones sin considerar su estructura hueca y segmentada. Esto puede generar concentraciones de esfuerzo, fallas por aplastamiento o desconexiones prematuras.
Ignorar la necesidad de protegerlo de la humedad, tanto por exposición directa como por capilaridad. El bambú es altamente higroscópico: absorbe y libera agua con facilidad.
Omitir tratamientos adecuados. No basta con aplicar un producto químico: se necesita un proceso completo de maduración, secado, tratamiento (por ejemplo, con bórax o ácido bórico), y almacenamiento en condiciones controladas.
No diseñar la estructura para proteger el material, algo que en bambú es crítico: cimentación elevada, volados generosos, buena ventilación cruzada y detalles constructivos que eviten acumulación de agua.
No considerar su comportamiento frente al fuego, cuando se trata de edificaciones habitadas. Aunque el bambú puede comportarse de forma predecible al fuego si se diseña bien, esto requiere justificar la sección, los recubrimientos y las estrategias de protección pasiva.
Usar criterios estructurales pensados para madera o acero, sin tener en cuenta la anisotropía del bambú (es decir, que sus propiedades varían según la dirección de las fibras) y la necesidad de ensayos específicos de cada especie.
Por eso, más allá de buenas intenciones, lo que se necesita es formación. Y es justamente lo que impulsa José Eduardo con Bambutectura: un ecosistema de aprendizaje diseñado para que profesionales de distintas disciplinas puedan integrar el bambú en sus proyectos con conocimiento técnico, criterios ambientales y sensibilidad constructiva.
Porque el bambú, como todo material natural, no perdona improvisaciones. Pero cuando se respeta su lógica, responde con creces: es resistente, liviano, hermoso, regenerativo y durable.
¿Y si no vivo en clima tropical?
Uno de los mitos más persistentes sobre el bambú es que solo sirve en climas cálidos. Y aunque es cierto que muchas especies de bambú crecen naturalmente en zonas tropicales y subtropicales, eso no significa que su uso esté limitado a esos contextos.
Falso.
El bambú, como cualquier otro material biológico, no depende del clima en el que se construye, sino de cómo se diseña la arquitectura que lo incorpora.
Así como no usamos madera sin protección en una fachada expuesta al norte, o barro crudo sin aleros en zonas de lluvias intensas, el bambú también requiere una estrategia proyectual adaptada: Se trata de pensar en las envolventes térmicas, los aislamientos adecuados, la ventilación controlada, el control de humedad y la protección pasiva frente al fuego y al hielo.
En regiones frías o templadas, es posible:
Integrar el bambú como estructura oculta, combinándolo con cerramientos más resistentes a la intemperie (revestimientos, paneles prefabricados, aislamientos ecológicos).
Usar productos transformados como el bambú laminado o scrimber, que ofrecen mayor estabilidad dimensional y mejor comportamiento ante humedad y temperaturas extremas.
Protegerlo térmica e higrotérmicamente mediante soluciones constructivas: barreras de vapor, dobles pieles, techos ventilados, detalles que separen el bambú de puntos fríos o húmedos.
Diseñar con criterios bioclimáticos, maximizando la captación solar pasiva y evitando puentes térmicos.
Como bien plantea José Eduardo, es posible proyectar estructuras de bambú en cualquier latitud. No siempre tiene que ser visible: puede formar parte de la estructura interna, cumpliendo su función con eficiencia.
Y es que muchas veces el bambú no tiene por qué ser visible para cumplir su propósito. Puede ser el esqueleto oculto de una vivienda altamente eficiente, parte de una subestructura combinada con otros materiales, o incluso un elemento modular prefabricado en taller y ensamblado en seco en obra.
En climas extremos, el reto no es el material, sino el diseño. Y si somos capaces de proyectar con madera, tierra o cáñamo en zonas frías, también podemos hacerlo con bambú. Solo hace falta voluntad, conocimiento técnico y una mentalidad abierta a nuevas soluciones.
Lo que me llevo de esta conversación
Como arquitecta comprometida con la transformación del sector, esta charla con José Eduardo me recordó algo esencial: no basta con repetir que queremos construir de forma más sostenible. Tenemos que saber cómo hacerlo bien.
Y para eso, hace falta algo más que buenas intenciones. Hace falta formación técnica, sensibilidad material y pensamiento crítico.
El bambú no es solo un material “natural” o una alternativa “ecológica”. Es un recurso regenerativo, estructural y descarbonizado, con el potencial de contribuir de manera concreta a los objetivos climáticos del sector construcción.
Desde la mirada de mi metodología Blueprint del diseño sostenible y saludable, el bambú dialoga con muchos de sus principios:
Conserva recursos al regenerarse sin tala.
Aporta al confort interior si se diseña con conocimiento.
Se puede integrar con el entorno de forma armónica.
Y lo más importante: ayuda a descarbonizar sin comprometer el rendimiento estructural.
Pero como toda herramienta poderosa, requiere responsabilidad y criterio para ser bien utilizada. No basta con admirarlo. Hay que entenderlo.
Si quieres ver la entrevista entera aquí te dejo el episodio de mi canal de Youtube:
Espero te haya gustado,
