
¿Tomarías un vaso de agua si no sabes de dónde viene?
Cada día, abrimos el grifo sin pensar demasiado en lo que ocurre antes y después de ese gesto tan cotidiano. Pero... ¿realmente sabemos qué hay en esa agua? ¿Conocemos su recorrido, su calidad, o su impacto en nuestra salud y en el entorno construido?
🌍 En el marco del Día Mundial del Control de la Calidad del Agua, que se celebra mañana 18 de septiembre, me parece fundamental abrir esta conversación. Porque hablar de agua no es solo hablar de acceso: es hablar de confianza, salud y sostenibilidad.
La calidad del agua: un derecho que no cuidamos
Más del 70% de nuestro cuerpo es agua. Y, sin embargo, la calidad del agua que bebemos, con la que cocinamos, nos duchamos o limpiamos nuestros espacios, no siempre es visible... ni garantizada.
En muchas ciudades, el agua que llega a nuestras viviendas cumple con parámetros mínimos de potabilidad. Pero eso no significa que esté libre de sustancias nocivas. Metales pesados como el plomo, residuos de medicamentos, microplásticos, cloro residual, o incluso subproductos de desinfección como los trihalometanos, pueden estar presentes. Aunque cumplen con la normativa, muchos sistemas de agua potable contienen trazas de contaminantes cuyo impacto depende de la dosis, la frecuencia y la sensibilidad de las personas expuestas.
Además, en los edificios que proyectamos o habitamos, las instalaciones antiguas, la falta de mantenimiento o el uso de materiales no adecuados pueden degradar aún más esa calidad.
¿Y si el problema no es solo técnico, sino cultural?
La crisis del agua no es solo una cuestión de escasez o contaminación. También es una crisis de percepción.
Durante mucho tiempo, hemos vivido con la idea de que el agua es un recurso “abundante” y “limpio por naturaleza”. Abrimos el grifo y ahí está. No solemos preguntarnos de dónde viene, qué calidad tiene, cómo fue tratada… o peor aún, a dónde va una vez que la usamos.
Esta desconexión tiene un impacto directo en cómo diseñamos, construimos y gestionamos nuestros edificios y ciudades.
Aquí entra un concepto fundamental que deberíamos incorporar con urgencia: el balance hídrico.
No se trata solo de contar litros, sino de comprender el ciclo del agua a escala doméstica y urbana: qué agua entra (de lluvia, red o freática), para qué se utiliza, cuánta se pierde, cuánta se contamina, y qué calidad tiene cuando sale. Este análisis permite tomar decisiones más informadas sobre cuáles usos realmente requieren agua potable y cuáles pueden ser cubiertos con aguas grises o pluviales tratadas.
En otras palabras: no toda el agua debe ser potable, pero toda el agua debe ser cuidada.
Desde mi experiencia como arquitecta enfocada en sostenibilidad, he aprendido que la calidad del agua está profundamente ligada al diseño arquitectónico y urbano. La manera en que distribuimos redes, seleccionamos materiales, organizamos usos del espacio, e incluso cómo educamos a los usuarios, influye directamente en el estado final del recurso.
Un proyecto sensible al ciclo del agua no solo ahorra, sino que regenera: devuelve al entorno un recurso en mejores condiciones que como lo recibió. Y eso, en un contexto de crisis climática, ya no es opcional: es parte de nuestra responsabilidad como proyectistas.
¿Qué podemos hacer como profesionales?
Estas son algunas acciones clave que podemos integrar desde nuestro rol:
Pensar el agua como un sistema integrado: Incorporar estrategias de captación de agua pluvial, tratamiento de aguas grises y reutilización de recursos no es una utopía. Es viable, escalable y, en muchos casos, más económico a largo plazo. El uso de filtros de carbón activado, radiación ultravioleta o ozonificadores puede garantizar una potabilización segura para distintos usos.
Proyectar con conciencia desde el inicio: En la etapa de diseño podemos prever la división de redes hídricas, espacios para tratamiento y almacenamiento, e integrar tecnologías de bajo consumo. Ejemplos: inodoros de doble descarga, urinarios secos, grifos con aireadores.
Elegir materiales que protejan la salud: La calidad del agua también depende de por dónde circula. Evitemos tuberías que liberen contaminantes, limpiemos cisternas con productos biodegradables y cuidemos la integridad del sistema hidráulico.
Seguro que hay más estrategias, y me encantaría que las compartas en los comentarios
Agua y Blueprint: la conexión inevitable
Desde la metodología Blueprint del diseño sostenible y saludable, la calidad del agua es uno de los 7 elementos saludables. Pero también se vincula con varios de los 10 principios de la arquitectura sostenible:
Materiales saludables: evitar componentes que contaminen el agua.
Conservación de recursos: diseñar sistemas cerrados que reutilicen el agua.
Descarbonización: reducir el consumo energético del ciclo hídrico.
Integración con el entorno: usar soluciones basadas en la naturaleza como los SUDS (Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible), que permiten gestionar mejor las escorrentías y proteger las aguas receptoras.
¿Y tú, de dónde crees que viene el agua que usas?
La próxima vez que abras un grifo, hazte esa pregunta. Y si eres arquitecta, estudiante, ingeniero o parte del sector construcción, te invito a ir más allá: a preguntarte cómo puedes contribuir a que esa agua sea más limpia, más justa y más sostenible.
Porque el agua no solo fluye por nuestras tuberías. También fluye a través de nuestras decisiones.
Un abrazo,
Adaliz Sayago
