
¿Diseñarías el mismo edificio en Quito que en Berlín?
(Spoiler: si lo haces, alguien va a pasar mucho frío... o mucho calor)
Hace unos años, me encontré revisando un proyecto arquitectónico ubicado en una zona tropical de altura. El diseño era precioso, pero había un problema: había sido concebido como si estuviera en una ciudad mediterránea. ¿El resultado? Un espacio frío, incómodo y con un alto consumo energético para poder hacerlo habitable.
Ese día entendí algo que se ha convertido en una de las piedras angulares de mi trabajo: no se puede diseñar sin entender el clima.
¿Por qué el clima importa tanto en arquitectura?
El clima no es solo un dato más que añadimos en el análisis previo de un proyecto. Es, en realidad, el marco que define el lenguaje del diseño arquitectónico.
Cuando ignoramos el clima, lo que estamos haciendo (muchas veces sin saberlo) es diseñar contra la naturaleza. Eso tiene consecuencias: más consumo energético, mayor dependencia de sistemas artificiales de climatización, y espacios que simplemente no se sienten bien.
Según el World Green Building Council, los edificios son responsables de cerca del 37 % del consumo energético global y de más del 33 % de las emisiones de CO₂. Una parte importante de esta energía se destina a calefacción, refrigeración e iluminación artificial… todas necesidades que podrían reducirse si diseñáramos con el clima, y no contra él.
Pero este no es solo un tema de eficiencia energética. Es también un asunto de bienestar humano, salud y resiliencia.
Una buena orientación puede evitar el sobrecalentamiento en verano.
Una correcta ventilación cruzada puede reducir la humedad y mejorar la calidad del aire interior.
Y materiales bien elegidos, con buena inercia térmica, pueden mantener una temperatura confortable sin necesidad de sistemas activos.
Como arquitecta, he aprendido que el confort no se diseña con máquinas, sino con decisiones informadas desde el inicio. Y esas decisiones parten de entender profundamente el lugar: su latitud, su altitud, sus vientos, su vegetación, su radiación solar.
Esto se conecta directamente con varios principios de la metodología Blueprint que trabajo con mis alumnos y colegas: Desde la arquitectura bioclimática, hasta la eficiencia energética, la calidad del espacio interior y la descarbonización.
Porque cuando diseñamos desde el clima, reducimos el impacto ambiental, creamos edificios más duraderos y, sobre todo, generamos espacios que realmente acompañan y cuidan a quienes los habitan.
El sol no calienta igual en todas partes
Puede parecer una obviedad, pero en arquitectura, esta verdad tiene un peso enorme: el sol no incide con la misma intensidad ni desde el mismo ángulo en todos los rincones del planeta.
Y esto cambia absolutamente todo.
La Tierra, como sabemos, es una esfera. Y debido a esta forma, la radiación solar no se reparte de manera uniforme:
En el Ecuador, los rayos solares llegan casi de forma perpendicular durante todo el año, concentrando la energía en un área pequeña.
A medida que nos acercamos a los polos, los rayos solares inciden en un ángulo más oblicuo, lo que hace que esa misma energía se distribuya en un área mayor, perdiendo intensidad.

Por eso, el mismo sol calienta más en Quito que en Berlín, aunque ambos reciban luz.
La Tierra también se mueve… y eso también cambia todo
A esta geometría se le suma el movimiento:
La rotación de la Tierra genera los ciclos de día y noche, regulando de forma natural la ganancia y pérdida de calor.
La traslación, es decir, el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, combinado con la inclinación del eje terrestre, da lugar a las estaciones del año. Esto significa que hay momentos en los que el hemisferio norte recibe más radiación (verano boreal) y otros en los que lo hace el hemisferio sur (verano austral).

Durante los equinoccios, los dos hemisferios reciben la misma cantidad de luz: días y noches duran lo mismo. Pero en los solsticios, uno de los hemisferios se inclina más hacia el sol, y el otro se aleja. Esto explica por qué mientras en Barcelona celebramos el verano en junio, en Buenos Aires están sacando los abrigos.
Todo esto influye directamente en el diseño arquitectónico: no tiene sentido usar la misma solución de sombra o de captación solar en una ciudad tropical que en una ciudad nórdica.
No hay una receta universal: cada lugar es único
Cuando estudiamos arquitectura, muchas veces aprendemos soluciones como si fueran fórmulas mágicas: muros, voladizos, ventilación cruzada, sistemas constructivos… Pero con los años comprendí que no hay una única respuesta correcta, porque no existen dos lugares iguales.
Aunque podamos estar en la misma latitud, factores como la altitud, la cercanía al mar, la topografía, la vegetación o incluso la morfología urbana pueden transformar por completo el comportamiento climático de un sitio.
Altitud: ¿a qué altura estás diseñando?
Una ciudad ubicada en la zona intertropical podría parecer cálida por definición, pero si está a 2.000 metros sobre el nivel del mar, probablemente tendrá un clima fresco durante todo el año. Un ejemplo que siempre me gusta usar es Cuenca, Ecuador: está a solo 2° de latitud sur (casi en el Ecuador), pero al estar a más de 2.500 m de altura, tiene una temperatura que oscila entre los 14 °C y 18°C . No puedes diseñar ahí como si estuvieras en Guayaquil, aunque ambas estén en el mismo país.
Cercanía al mar: el océano como regulador térmico
El agua tiene una gran inercia térmica, lo que significa que se calienta y enfría lentamente. Esto permite que las ciudades costeras tengan una oscilación térmica más suave que aquellas que están lejos del mar.
Por ejemplo:
Madrid (interior) puede oscilar entre 3 °C en invierno y 32 °C en verano.
Barcelona (costera), en cambio, suele oscilar entre 8 °C y 29 °C. (Con el calor de esta semana yo pondría 40ºC 😅)
Esto cambia completamente las necesidades de aislamiento, ventilación y protección solar de cada lugar.
Topografía, vegetación y otros modificadores del clima
Las pendientes, montañas y vegetación también juegan un papel fundamental:
Pueden obstruir o canalizar el viento.
Afectan la radiación solar directa.
Y la presencia (o ausencia) de vegetación influye en la humedad, el microclima y hasta la calidad del aire.
Y en zonas urbanas, no podemos ignorar el fenómeno de isla de calor: los materiales artificiales, la falta de vegetación y la densidad urbana aumentan la temperatura local varios grados por encima de las zonas rurales cercanas.
¿Cómo se traduce esto en diseño?
Después de observar el clima, analizar sus variables y entender sus causas profundas, llega una etapa clave en todo proceso proyectual: tomar decisiones de diseño informadas.
Aquí es donde entra el trabajo fino del diagnóstico climático. En mi metodología Blueprint, lo primero que enseñamos no es a dibujar planos ni elegir materiales, sino a observar, medir y entender: latitud, altitud, radiación solar, humedad, vientos, temperatura, precipitaciones… Todo eso moldea la respuesta arquitectónica.
Porque no se trata de copiar estrategias de un libro ni de replicar soluciones que funcionaron en otro país. Se trata de adaptarlas con criterio, según las condiciones específicas del lugar.
Diseñar con el clima no es seguir una receta. Es más bien como cocinar con ingredientes locales: lo que funciona en un sitio puede fallar por completo en otro.
Y te estarás preguntando: ¿qué tiene que ver todo esto con mi proyecto? Mucho. Porque si no sabemos cuánta radiación solar recibe nuestro sitio (y cómo lo hace), no sabremos cómo orientar el edificio para aprovecharla o protegernos de ella. Tampoco sabremos qué estrategias pasivas podemos aplicar, qué tipo de materiales o espesores conviene utilizar, o cómo garantizar el confort térmico sin depender de máquinas.
Por eso, cuando ya tenemos claridad sobre el comportamiento climático del lugar (usando datos meteorológicos, archivos EPW o herramientas como Climate Consultant), podemos empezar a tomar decisiones desde el diseño, no desde la improvisación.
Lo importante es recordar que el diseño pasivo no es diseño simple. Es diseño con inteligencia, con sensibilidad y con coherencia. Es entender que cada decisión arquitectónica tiene una consecuencia energética, ambiental y humana.
Diseñar con el clima no es solo una decisión técnica. Es una postura ética. Es decidir que nuestros edificios no sean parte del problema, sino parte de la solución.
Espero hayas disfrutado leyendo este artículo, como yo escribiéndolo.
Un abrazo,
Adaliz Sayago