
Factores físicos del confort térmico: mucho más que temperatura
¿Te has preguntado alguna vez por qué dos personas pueden estar en la misma habitación y una sentir frío mientras la otra tiene calor?
Esta escena cotidiana encierra una complejidad fascinante: el confort térmico no es solo cuestión de grados centígrados. Es una experiencia fisiológica, psicológica y cultural profundamente influida por el diseño del espacio que habitamos.
¿Qué es el confort térmico?
La ISO 7730 define el confort térmico como "esa condición de la mente en la que se expresa la satisfacción con el ambiente térmico". En otras palabras: es cuando no sentimos ni frío ni calor. Pero llegar a ese equilibrio es un arte que depende de numerosos factores.
Entre los factores físicos más determinantes encontramos:
Temperatura del aire.
Humedad relativa.
Velocidad del aire.
Temperatura media radiante.
Estos parámetros se relacionan entre sí y con las variables personales, como el nivel de actividad física (metabolismo) y la vestimenta (clo), para generar sensaciones de confort o disconfort. ¡Y no siempre de forma predecible!
El cuerpo humano: una central térmica en acción
Nuestro organismo busca mantener una temperatura interna de 37ºC. Para ello, regula constantemente el calor que genera (a través del metabolismo basal y muscular) y el que intercambia con el entorno mediante tres mecanismos principales: radiación, convección y evaporación.
Radiación: perdemos o ganamos calor por la diferencia de temperatura con superficies cercanas.
Convección: el aire en movimiento alrededor del cuerpo transporta el calor hacia fuera o lo trae hacia dentro.
Evaporación: al sudar, nuestro cuerpo se enfría al perder calor en forma de vapor de agua.
Cuando esta regulación natural se ve alterada (por una ventilación deficiente, una temperatura inadecuada o una humedad excesiva), aparece el disconfort térmico. La sensación de frío o calor no es solo incómoda: también puede afectar nuestra salud, concentración, estado de ánimo y productividad.
Además, factores individuales como el género, la edad, la complexión física o el estado de salud también influyen en cómo percibimos la temperatura. Por ejemplo, una persona con mayor masa corporal suele generar más calor, mientras que alguien enfermo o fatigado puede requerir ambientes ligeramente más cálidos para sentirse bien.
Esta comprensión profunda del cuerpo como sistema térmico nos obliga a repensar el diseño de los espacios que habitamos. ¿Estamos ayudando a que el cuerpo haga su trabajo o estamos creando entornos que lo fuerzan a esforzarse más?
Diseñar para el confort: la arquitectura como regulador térmico
Como arquitecta, he aprendido que el confort térmico bien resuelto es una de las formas más poderosas de sostenibilidad y salud. Es un elemento clave de la calidad del espacio interior y puede lograrse, muchas veces, sin recurrir a sistemas mecánicos.
Lograrlo implica tomar decisiones desde las primeras fases del diseño:
Orientación adecuada: para aprovechar la radiación solar en invierno y protegernos de ella en verano.
Aislamiento térmico: en techos, muros y ventanas, para evitar pérdidas o ganancias indeseadas de calor.
Ventilación natural: cruzada o inducida, para favorecer la renovación del aire y el enfriamiento pasivo.
Uso de materiales con inercia térmica: que ayuden a estabilizar la temperatura interior.
Diseño de espacios intermedios: como patios, terrazas o porches que actúan como colchón térmico.
Estos principios no solo mejoran el confort, sino que también reducen el consumo energético, disminuyen el uso de sistemas mecánicos y extienden la vida útil de los materiales al evitar sobrecalentamientos o condensaciones.
En climas cálidos y húmedos, por ejemplo, un buen alero, una doble piel o una fachada ventilada pueden marcar la diferencia entre necesitar aire acondicionado todo el día o solo en las horas críticas. Y en zonas frías, el soleamiento invernal y un adecuado sellado térmico pueden ser suficientes para mantener una temperatura confortable con mínima calefacción.
Diseñar con el confort térmico en mente es, en realidad, diseñar con empatía. Pensar en cómo se sentirá el cuerpo dentro del espacio. Pensar en la vida que ocurrirá allí.
Aquí te comparto un video sobre el diseño pasivo si deseas profundizar un poco más.
El confort como herramienta de proyecto
El confort térmico no es solo una consecuencia del diseño, sino una herramienta activa para proyectar mejor. Conocer y aplicar los indicadores adecuados nos permite anticipar cómo se sentirá una persona en un espacio, incluso antes de que esté construido.
Entre las herramientas más utilizadas están el PMV (Voto Medio Previsto) y el PPD (Porcentaje de Personas Insatisfechas), desarrollados por el investigador danés Povl Ole Fanger. Estos índices, integrados en normas como ASHRAE 55 e ISO 7730, permiten estimar cuántas personas estarán satisfechas (o no) con las condiciones térmicas de un espacio.
Pero no se trata solo de números. Estas herramientas nos invitan a una reflexión más profunda: ¿qué tipo de actividades se realizarán en el espacio?, ¿qué ropa usarán sus ocupantes?, ¿qué metabolismo tendrán?, ¿cuánto tiempo permanecerán allí?, ¿cómo incidirá el sol a distintas horas?, ¿cómo se ventilará de forma natural?
Por ejemplo, un aula escolar no tiene las mismas exigencias térmicas que un gimnasio o una oficina. Tampoco se comportan igual los usuarios que están en movimiento, que aquellos sentados durante horas. Y en todos los casos, el confort percibido puede influir en el aprendizaje, la concentración, el rendimiento o incluso en la salud.
El confort térmico puede integrarse al diseño desde herramientas digitales como simulaciones energéticas o modelado climático, pero también desde el sentido común, la observación del contexto, el aprendizaje de la arquitectura vernácula y la empatía con los usuarios.
En mi experiencia, incluir este enfoque desde la etapa conceptual del proyecto permite tomar decisiones más conscientes, más sostenibles y más humanas.
Aunque siempre existirá un pequeño porcentaje de personas insatisfechas, estas herramientas nos ayudan a proyectar espacios con un alto nivel de aceptación térmica, especialmente en edificios colectivos como oficinas, escuelas o hospitales.
Y tú, ¿cómo diseñas el confort?
La próxima vez que entres en un espacio cerrado, te invito a observar: ¿Estás cómodo? ¿Es gracias al diseño del espacio, a la climatización artificial o a una combinación de ambos?
Diseñar con el confort térmico como brújula nos invita a mirar más allá de las normativas o los estilos. Nos invita a observar el entorno, a comprender a las personas que habitarán los espacios, y a tomar decisiones que armonicen naturaleza, tecnología y experiencia humana.
Desde la metodología Blueprint, este tipo de confort no es un apartado técnico más: es el punto de encuentro entre eficiencia energética, salud y bienestar. Un indicador de que estamos diseñando espacios que no solo se ven bien, sino que se sienten bien.
Porque al final del día, la arquitectura no solo construye edificios: construye experiencias. Y el confort térmico es una de las primeras y más poderosas que nuestro cuerpo percibe.
Gracias por leerme,
Adaliz Sayago